El concepto de “progreso” desde una perspectiva intercultural

Hand_car_magic_lanternPocas palabras son tan mágicas para nuestra modernidad como progreso. Incluso aquellos que desde el ecologismo la cuestionan como un producto ideológico del desarrollismo industrial, suelen seguir definiéndose a sí mismos como “progresistas”. No están a favor del progreso mercantil y fabril, pero sí del progreso político. En torno al progreso prácticamente todas las ideologías políticas occidentales se congregan: la Alianza por el Progreso fue el nombre de uno de los proyectos norteamericanos para América Latina, criticado por la Unión Soviética en numerosas publicaciones de su Editorial Progreso. Pro-greso significa literalmente “ir hacia adelante” (como in-greso significa “ir hacia dentro”) ¿Quién podría estar en contra de eso? ¿Quién podría preferir retroceder?

Pero desde el estudio de la comunicación en un contexto intercultural las respuestas a estas preguntas no son tan obvias. “Delante”, “detrás”, son sólo referencias espaciales, como “derecha” o “izquierda”, que no significan en primera instancia nada más que una colocación de las cosas sobre un plano bidimensional. Es previsible, por ejemplo, que no querría ir hacia adelante quien estuviera frente a un grave peligro —como en el chiste del presidente que dice en su discurso: “Hace unos años estábamos al borde del abismo, y hoy hemos dado un gran paso hacia adelante”. Si “delante” o “detrás” tienen connotaciones semánticas más allá de localizaciones en el espacio es porque en la cultura occidental se les ha aplicado un proceso metafórico, y simbolizan respectivamente “mejor” y “peor”. Del mismo modo que “derecha” e “izquierda” han adquirido significados políticos. En Occidente, “ir hacia adelante” significa ir hacia el futuro, y en el futuro se ubica lo mejor. Por eso el progreso es tan incuestionable. En consonancia con ello, “ir hacia atrás” significa ir hacia el pasado, y en el pasado se sitúa lo peor. Tres conceptos, uno espacial, otro temporal y otro “moral” se engarzan culturalmente así:

delante = futuro = mejor (= progreso)

detrás = pasado = peor (= atraso)

Los occidentales, educados en este entramado de metáforas, solemos creer firmemente que el paso del tiempo mejora las cosas, que la historia camina siempre hacia el perfeccionamiento. “Parece mentira que todavía en el siglo XXI haya gente que…”, acostumbramos a decir cuando nos quejamos de comportamientos a nuestro alrededor que nos parecen rechazables, como si el mero hecho de estar en el siglo más avanzado que conocemos supusiera automáticamente que deberíamos vivir en una sociedad impecable.

En los resúmenes históricos que se manejan en eso que llamamos cultura general, que no es más que el compendio de los mitos de cada cultura, los occidentales situamos en el pasado una serie de conceptos ominosos, de los que nos consideramos distanciados gracias al tiempo: “primitivos”, “atrasados”, “medievales”… Imaginamos que el mejoramiento humano ha sido constante y lineal, al ritmo del tic-tac de la historia: hemos pasado de las penalidades de la “barbarie” a las ventajas de la “civilización”, y dentro de ésta no hemos dejado de medrar: de la adusta vida medieval al confort moderno, de la tiranía de los antiguos señores a la libertad de las democracias actuales, tan repletas de derechos. De poco vale hacer notar que los campos de concentración son más “modernos” que la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. O que Guantánamo es muy posterior a Jefferson. La fe en el progreso es eso: una fe; y ya se sabe que, para sus acólitos, la fe se impone siempre sobre la experiencia real.

Si esta red de metáforas que hemos presentado nos parece “obvia”, “lógica” o “evidente” es simplemente porque nos hemos educado en la cultura que la ha inventado. Pero no es universal. En la comunicación no hay signos universales, y las metáforas, que son sólo operaciones con los signos, tampoco lo son.

Por ejemplo hay culturas que reflejan en sus lenguas no concebir que el futuro está delante, sino detrás. Si nos parece extraño, recordemos que cualquier cosa debería ser posible al pretender unir conceptos tan distintos como lugares y momentos, un tipo de operación que no estaría muy lejos de la proverbial vinculación del tocino con la velocidad. En estas culturas, entonces, “ir hacia adelante”, literalmente progresar, es ir hacia el pasado. E “ir hacia atrás” es moverse hacia el futuro. Consecuentemente, siguiendo su hilo metafórico, quien está “atrasado” está en el futuro, y quien está “avanzado” está en el pasado.

Por ejemplo podemos ver esta característica en la cultura de los mongoles y de otros pueblos nómadas de la estepa de Asia central. En mongol la palabra que significa “delante” significa también “pasado” (emne), y la palabra para “detrás” sirve también para “futuro” (xoit). Debo insistir en que las metáforas pueden combinar cosas de cualquier forma, todo depende exclusivamente de las lenguas y las culturas. No hay una lógica “natural” en ninguna de estas combinaciones. Es seguro que, para los mongoles, que el pasado esté delante y el futuro detrás resulta más “obvio”: delante de nosotros están las cosas que podemos ver y a nuestra espalda las que no nos es posible ver ¿Acaso no conocemos las cosas del pasado, e ignoramos las del futuro?

La metáfora espacio horizontal—tiempo lineal se mantiene en muchas lenguas, aunque sea de manera inversa a la occidental, como sucede en mongol. Se basa en la idea del tiempo como “viaje”, como desplazamiento a lo largo de un camino único. Algunos lingüistas tipológicos han señalado la relativa universalidad de este vínculo entre las formas de señalar (deixis) espaciales y temporales. Las marcas temporales de muchas lenguas proceden de las marcas espaciales, como el español tras, que pasó de ser una referencia espacial (tras la casa) a una temporal (tras la guerra).

Pero lo que resulta menos universal es la segunda parte de nuestra red de metáforas, es decir la que atribuye a una localización espacial o a una referencia temporal los conceptos de “mejor” o “peor”. Ni en el pasado ni en el futuro, ni en el delante ni en el detrás, encontramos en mongol o en otras lenguas de la estepa de Asia una referencia a lo mejor o a lo peor. Simplemente no han decidido unir el espacio o el tiempo con el bien y el mal, cosa que no podemos reprocharles. Entonces ¿cómo traducir progreso al mongol? Si pensamos en su dimensión espacial (“adelante”) con la palabra que significa “delante” (emne). Si pensamos en su dimensión temporal (“futuro”) con la palabra que significa “detrás” (xoit). Si pensamos en su dimensión moral (“mejor”) con otra palabra que no tiene nada que ver con las dos anteriores (iluu-sain). Sabido todo esto, podemos preguntarnos ahora: ¿Creen en el progreso los pueblos de Asia central? Y si pensamos un poco en esta pregunta, tal vez nos surja otra más profunda y realista: ¿Tiene sentido preguntarse por el concepto de progreso entre estos pueblos?

La relación entre el futuro y el bien (“lo mejor”) es una idea occidental de profundas raíces religiosas. Procede de la cosmovisión judeocristiana, en la que la historia camina desde el pecado original hasta el fin del mundo con la venida (o segunda venida) del Mesías. Todo lo que está más cerca del Mesías, incluso en el tiempo, es “mejor”. Todo lo que está más cerca del pecado por antonomasia es “peor”. No podemos esperar que las culturas que no comparten esta historia mítica del mundo ubiquen en el futuro o en el pasado determinadas cualidades éticas o morales. Esta ordenación cualitativa del tiempo está presente en nuestra cultura no sólo en los discursos de claro cariz religioso, sino también en los considerados laicos o ateos. La historia de la humanidad camina siempre en Occidente hacia un momento de plena felicidad situado en el futuro, sea la parusía mesiánica o la sociedad ideal. La visión de las sociedades y los modos de producción en el modelo marxista es también una ordenación lineal sobre el tiempo de “lo peor” a “lo mejor”: el capitalismo es mejor que el feudalismo, que fue más antiguo. Aunque hoy ya no podamos beber el agua de ningún río.

Otra variación cultural que trastoca la expectativa de encontrar la idea occidental de progreso en muchos otros lugares de la Tierra es la propia concepción del tiempo. En nuestra sociedad imaginamos esta dimensión como una línea recta, por la que es posible desplazarse en una sola dirección (la llamada “flecha del tiempo”). Los pueblos que usamos escrituras de izquierda a derecha situamos la punta de esa flecha siempre a la derecha. Pero no todos los pueblos del mundo imaginan un tiempo lineal. Muchos lo conciben como algo circular, un proceso que se repite en combinaciones complejas. Por esto los calendarios “solares” de América central son redondos. Parece que los antiguos indoeuropeos, los griegos y los primeros romanos incluidos, tenían también esta visión cíclica de los acontecimientos, que Nietzsche recuperó para nuestros días en su célebre fórmula del eterno retorno. No es necesario que nos preguntemos cómo podría encajar la idea de progreso en una concepción circular del tiempo, donde un momento se concibe simultáneamente como futuro y pasado de otro momento.

Que el concepto de progreso, tal como lo concebimos, no es en absoluto universal ha quedado bien demostrado en un proyecto de investigación titulado El concepto de progreso en diferentes culturas, llevado a cabo en países de los cinco continentes por la Deutsche Gesellschaft für Internationale Zusammenarbeit y el Instituto Goethe. Los miembros de este proyecto encontraron que la idea de progreso no existía como tal en lugares del mundo alejados de la cultura occidental. Los informantes aymaras de Bolivia, por ejemplo, fueron muy claros a este respecto.

¿Quiere esto decir que los pueblos no occidentales no quieren “mejorar”? ¿Que son indolentes, inmóviles, incapaces de innovar, como ya se les describía despectivamente en los clichés coloniales? Si pensamos así es que no hemos comprendido todavía qué es realmente progreso para un occidental: justamente esto que hemos llamado una red de metáforas. Los pueblos no occidentales, en su inmensa mayoría colonizados por Occidente, tienen muy claros los conceptos de “mejorar” y de “paso del tiempo”, lo que sucede es que no los unen de la forma arbitraria en que lo hacemos nosotros. Al contrario, su experiencia reciente —desde el contacto colonial— ha sido que la “modernidad”, en el sentido temporal, les ha traído un deterioro de todas sus formas de vida. Así lo explica Tjama Tjivikua, rector de la Politécnica de Namibia en Windhoek, en un escrito significativamente titulado Culture and progress in Namibia: Contradiction or concurrence?:

“Quizás el “progreso” haya tenido un efecto de lo más negativo en la cultura del pueblo africano y namibio. Las generaciones del pasado vivían una vida coherente, en la que la cultura podía considerarse progresiva. El progreso en distintas áreas de la vida ha tenido un efecto devastador, en la cultura de la pureza, de la sinceridad y de la identidad (…) Lo que uno ve ahora es un giro cultural hacia la relación amo-esclavo.” (p. 6)

Cuando el doctor Tjivikua escribe que la cultura precolonial namibia “podía considerarse progresiva” toma del compuesto tripartito europeo el elemento que representa la idea de “mejor”. Pero la historia moderna de Namibia le impide vincularlo al elemento “paso del tiempo”, “futuro”.

Esta es una de las incomodidades de los pueblos no occidentales en la llamada globalización, donde se ven confrontados con las categorías occidentales de una forma todavía más intensa y apremiante que en las viejas escuelas coloniales. Occidente les pregunta de diferentes formas: ¿Son vuestras culturas capaces de progreso? Y su respuesta sólo puede ser, como dice el título del texto de Tjivikua, de “conformidad y contradicción”, porque no han unido esos tres elementos en una misma composición metafórica. André Strauss, también desde Namibia, contesta así al proyecto alemán sobre el concepto de progreso: “En las distintas culturas del planeta, progreso puede entenderse como el conjunto de las cosas que son consideradas como mejores”. Pero estas cosas no les han llegado con el avance del tiempo, ni mucho menos con la irrupción en sus tierras de los eufóricos abanderados del progreso.

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